Juan Wycliffe murió en 1384 pero el no fue destinado a descansar en su tumba. Cuarenta años más tarde lo desenterraron, quemaron lo que quedaba de su cuerpo y luego tiraron sus cenizas en un río cercano. Las aguas de este río correrían por todo el mundo, y de esa misma manera la influencia de la Palabra de Dios después que el tradujo la Biblia al Inglés.